254 En diciendo esto, vistieron entrambos las terribles armas. El intrépido Trasimedes dió al Tidida una espada de dos filos—la de éste había quedado en la nave—y un escudo; y le puso un morrión de piel de toro sin penacho ni cimera, que se llama catetyx y lo usan los jóvenes para proteger la cabeza. Meriones proporcionó á Ulises arco, carcaj y espada, y le cubrió la cabeza con un casco de piel que por dentro se sujetaba con fuertes correas y por fuera presentaba los blancos dientes de un jabalí, ingeniosamente repartidos, y tenía un mechón de lana colocado en el centro. Este casco era el que Autólico había robado en Eleón á Amíntor Orménida, horadando la pared de su casa, y que luego dió en Escandía á Anfidamante de Citera; Anfidamante lo regaló, como presente de hospitalidad, á Molo; éste lo cedió á su hijo Meriones para que lo llevara, y entonces hubo de cubrir la cabeza de Ulises.
274 Una vez revestidos de las terribles armas, partieron y dejaron allí á todos los príncipes. Palas Minerva envióles una garza, y si bien no pudieron verla con sus ojos, porque la noche era obscura, oyéronla graznar á la derecha del camino. Ulises se holgó del presagio y oró á Minerva:
278 «¡Óyeme, hija de Júpiter, que lleva la égida! Tú que me asistes en todos los trabajos y conoces mis pasos, séme ahora propicia más que nunca, oh Minerva, y concede que volvamos á las naves cubiertos de gloria por haber realizado una gran hazaña que preocupe á los teucros.»
283 Diomedes, valiente en la pelea, oró luego diciendo: «¡Ahora óyeme también á mí, invicta hija de Júpiter! Acompáñame como acompañaste á mi padre, el divino Tideo, cuando fué á Tebas en representación de los aquivos. Dejando á los aqueos, de broncíneas lorigas, á orillas del Asopo, llevó un agradable mensaje á los cadmeos; y á la vuelta realizó admirables proezas con tu ayuda, excelente diosa, porque benévola le acorrías. Ahora, acórreme á mí y préstame tu amparo. É inmolaré en tu honor una ternera de un año, de frente espaciosa, indómita y no sujeta aún al yugo, después de derramar oro sobre sus cuernos.»
295 Tales fueron sus respectivas plegarias, que oyó Palas Minerva. Y después de rogar á la hija del gran Jove, anduvieron en la obscuridad de la noche, como dos leones, por el campo donde tanta carnicería se había hecho, pisando cadáveres, armas y denegrida sangre.
299 Tampoco Héctor dejaba dormir á los valientes teucros; pues