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CANTO DÉCIMO

159 «¡Levántate, hijo de Tideo! ¿Cómo duermes á sueño suelto toda la noche? ¿No sabes que los teucros acampan en una eminencia de la llanura, cerca de las naves, y que solamente un corto espacio los separa de nosotros?»

162 De esta suerte habló. Y aquél, recordando en seguida del sueño, dijo estas aladas palabras:

164 «Eres infatigable, anciano, y nunca dejas de trabajar. ¿Por ventura no hay otros aqueos más jóvenes, que vayan por el campo y despierten á los reyes? ¡No se puede contigo, anciano!»

168 Respondióle Néstor, caballero gerenio: «Sí, hijo, oportuno es cuanto acabas de decir. Tengo hijos excelentes y muchos hombres que podrían ir á llamarlos, pero es muy grande el peligro en que se hallan los aqueos: en el filo de una navaja están ahora la triste muerte y la salvación de todos. Ve y haz levantar al veloz Ayax y al hijo de Fileo, ya que eres más joven y de mí te compadeces.»

177 Dijo. Diomedes cubrió sus hombros con una piel talar de corpulento y fogoso león, tomó la lanza, fué á despertar á aquéllos y se los llevó consigo.

180 Cuando llegaron al escuadrón de los guardias, no encontraron á sus jefes dormidos, pues todos estaban alerta y sobre las armas. Como los canes que guardan las ovejas de un establo y sienten venir del monte, á través de la selva, una terrible fiera con gran clamoreo de hombres y perros, se ponen inquietos y ya no pueden dormir; así el dulce sueño huía de los párpados de los que hacían guardia en tan mala noche, pues miraban siempre hacia la llanura y acechaban si los teucros iban á atacarlos. El anciano viólos, alegróse, y para animarlos profirió estas aladas palabras:

192 «¡Vigilad así, hijos míos! No sea que alguno se deje vencer del sueño y demos ocasión para que el enemigo se regocije.»

194 Dijo, y atravesó el foso. Siguiéronle los reyes argivos que habían sido llamados al consejo, y además Meriones y el preclaro hijo del anciano porque aquéllos los invitaron á deliberar. Pasado el foso, sentáronse en un lugar limpio donde el suelo no aparecía cubierto de cadáveres: allí habíase vuelto el impetuoso Héctor, después de causar gran estrago á los argivos, cuando la noche los cubrió con su manto. Acomodados en aquel sitio, conversaban; y Néstor, caballero gerenio, comenzó á hablar diciendo:

204 «¡Oh amigos! ¿No habrá nadie que, confiando en su ánimo audaz, vaya al campamento de los magnánimos teucros? Quizás hiciera prisionero á algún enemigo que ande cerca del ejército, ó averigua-