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LA ILÍADA

dos prudentes heraldos. El anciano Fénix se acostó allí por orden de aquél, para que mañana vuelva á la patria tierra, si así lo desea, porque no ha de llevarle á viva fuerza.»

693 Así habló, y todos callaron, asombrados de sus palabras, pues era muy grave lo que acababa de decir. Largo rato duró el silencio de los afligidos aqueos; mas al fin exclamó Diomedes, valiente en el combate:

697 «¡Gloriosísimo Atrida, rey de hombres Agamenón! No debiste rogar al eximio Pelida, ni ofrecerle innumerables regalos; ya era altivo, y ahora has dado pábulo á su soberbia. Pero dejémosle, ya se vaya, ya se quede: volverá á combatir cuando el corazón que tiene en el pecho se lo ordene, ó un dios le incite. Ea, obremos todos como voy á decir. Acostaos después de satisfacer los deseos de vuestro corazón comiendo y bebiendo vino, pues esto da fuerza y vigor. Y cuando aparezca la bella Aurora de rosados dedos, haz que se reunan junto á las naves los hombres y los carros, exhorta á la tropa y pelea en primera fila.»

710 Tales fueron sus palabras, que todos los reyes aplaudieron, admirados del discurso de Diomedes, domador de caballos. Y hechas las libaciones, volvieron á sus respectivas tiendas, acostáronse y el don del sueño recibieron.