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CANTO NOVENO

gran destrozo en el campo de Eneo, desarraigando altísimos árboles y echándolos por tierra cuando ya con la flor prometían el fruto. Al fin lo mató Meleagro, hijo de Eneo, ayudado por cazadores y perros de muchas ciudades—pues no era posible vencerle con poca gente, ¡tan corpulento era!, y ya á muchos los había hecho subir á la triste pira,—y la diosa suscitó entonces una clamorosa contienda entre los curetes y los magnánimos aqueos por la cabeza y la hirsuta piel del jabalí. Mientras Meleagro, caro á Marte, combatió, les fué mal á los curetes, que no podían, á pesar de ser tantos, acercarse á los muros. Pero el héroe, irritado con su madre Altea, se dejó dominar por la cólera que perturba la mente de los más cuerdos y se quedó en el palacio con su linda esposa Cleopatra, hija de Marpesa Evenina, la de hermosos pies, y de Idas, el más fuerte de los hombres que entonces poblaban la tierra. (Atrevióse Idas á armar el arco contra Febo Apolo, para recobrar la esposa que el dios le robara; y desde entonces pusiéronle á Cleopatra sus padres el sobrenombre de Alcione, porque la venerable madre, sufriendo la triste suerte de Alción, deshacíase en lágrimas mientras el flechador Febo Apolo se la llevaba.) Retirado, pues, con su esposa, devoraba Meleagro la acerba cólera que le causaran las imprecaciones de su madre; la cual, acongojada por la muerte violenta de un hermano, oraba á los dioses, y puesta de rodillas y con el seno bañado en lágrimas, golpeaba el fértil suelo invocando á Plutón y á la terrible Proserpina para que dieran muerte á su hijo. La Furia, que vaga en las tinieblas y tiene un corazón inexorable, la oyó desde el Érebo, y en seguida creció el tumulto y la gritería ante las puertas de la ciudad, las torres fueron atacadas y los etolos ancianos enviaron á los eximios sacerdotes de los dioses para que suplicaran á Meleagro que saliera á defenderlos, ofreciéndole un rico presente: donde el suelo de la amena Calidón fuera más fértil, escogería él mismo un hermoso campo de cincuenta yugadas, mitad viña y mitad tierra labrantía. Presentóse también en el umbral del alto aposento el anciano jinete Eneo; y llamando á la puerta, dirigió á su hijo muchas súplicas. Rogáronle asimismo sus hermanas y su venerable madre. Pero él se negaba cada vez más. Acudieron sus mejores y más caros amigos, y tampoco consiguieron mover su corazón, ni persuadirle á que no aguardara, para salir del cuarto, á que llegaran hasta él los enemigos. Y los curetes escalaron las torres y empezaron á pegar fuego á la gran ciudad. Entonces la esposa, de bella cintura, instó á Meleagro llorando y refiriéndole las desgracias que padecen los hombres, cuya