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LA ILÍADA

acercaba el vino. ¡Cuántas veces durante la molesta infancia me manchaste la túnica en el pecho con el vino que devolvías! Mucho padecí y trabajé por tu causa, y considerando que los dioses no me habían dado descendencia, te adopté por hijo para que un día me librases del cruel infortunio. Pero, Aquiles, refrena tu ánimo fogoso; no conviene que tengas un corazón despiadado, cuando los dioses mismos se dejan aplacar, no obstante su mayor virtud, dignidad y poder. Con sacrificios, votos agradables, libaciones y vapor de grasa quemada, los desenojan cuantos infringieron su ley y pecaron. Pues las Súplicas son hijas del gran Jove y aunque cojas, arrugadas y bizcas, cuidan de ir tras de Ate: ésta es robusta, de pies ligeros, y por lo mismo se adelanta, y recorriendo la tierra, ofende á los hombres: y aquéllas reparan luego el daño causado. Quien acata á las hijas de Júpiter cuando se le presentan, consigue gran provecho y es por ellas atendido si alguna vez tiene que invocarlas. Mas si alguien las desatiende y se obstina en rechazarlas, se dirigen á Jove y le piden que Ate acompañe siempre á aquél para que con el daño sufra la pena. Concede tú también á las hijas de Júpiter, oh Aquiles, la debida consideración, por la cual el espíritu de otros valientes se aplacó. Si el Atrida no te brindara esos presentes, ni te hiciera otros ofrecimientos para lo futuro, y conservara pertinazmente su cólera, no te exhortaría á que, deponiendo la ira, socorrieras á los argivos, aunque es grande la necesidad en que se hallan. Pero te da muchas cosas, te promete más y te envía, para que por él rueguen, varones excelentes, escogiendo en el ejército aqueo los argivos que te son más caros. No desprecies las palabras de éstos, ni dejes sin efecto su venida, ya que no se te puede reprochar que antes estuvieras irritado. Todos hemos oído contar hazañas de los héroes de antaño, y sabemos que cuando estaban poseídos de feroz cólera eran placables con dones y exorables á los ruegos. Recuerdo lo que pasó en cierto caso, no reciente, sino antiguo, y os lo voy á referir, amigos míos. Curetes y bravos etolos combatían en torno de Calidón y unos á otros se mataban, defendiendo aquéllos su hermosa ciudad y deseando éstos asolarla por medio de las armas. Había promovido esta contienda Diana, la de áureo trono, enojada porque Eneo no le dedicó los sacrificios de la siega en el fértil campo: los otros dioses regaláronse con las hecatombes, y sólo á la hija del gran Júpiter dejó aquél de ofrecerlas, por olvido ó por inadvertencia, cometiendo una gran falta. Airada la deidad que se complace en tirar flechas, hizo aparecer un jabalí, de albos dientes, que causó