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LA ILÍADA

cada una pasan diariamente doscientos hombres con caballos y carros,—ó tanto, cuantas son las arenas ó los granos de polvo, ni aun así aplacaría Agamenón mi enojo, si antes no me pagaba la dolorosa afrenta. No me casaré con la hija de Agamenón Atrida, aunque en hermosura rivalice con la dorada Venus y en labores compita con Minerva; ni siendo así me desposaré con ella; elija aquel otro aqueo que le convenga y sea rey más poderoso. Si salvándome los dioses, vuelvo á mi casa, el mismo Peleo me buscará consorte. Gran número de aqueas hay en la Hélade y en Ptía, hijas de príncipes que gobiernan las ciudades; la que yo quiera, será mi mujer. Mucho me aconseja mi corazón varonil que tome legítima esposa, digna cónyuge mía, y goce allá de las riquezas adquiridas por el anciano Peleo; pues no creo que valga lo que la vida ni cuanto dicen que se encerraba en la populosa ciudad de Ilión en tiempo de paz, antes que vinieran los aqueos, ni cuanto contiene el lapídeo templo del flechador Apolo en la rocosa Pito. Se pueden apresar los bueyes y las pingües ovejas, se pueden adquirir los trípodes y los tostados alazanes; pero no es posible prender ni coger el alma humana para que vuelva, una vez ha salvado la barrera que forman los dientes. Mi madre, la diosa Tetis, de argentados pies, dice que el hado ha dispuesto que mi vida acabe de una de estas dos maneras: Si me quedo á combatir en torno de la ciudad troyana, no volveré á la patria, pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la ínclita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me sorprenderá tan pronto. Yo aconsejo que todos se embarquen y vuelvan á sus hogares, porque ya no conseguiréis arruinar la excelsa Ilión: el longividente Júpiter extendió el brazo sobre ella y sus hombres están llenos de confianza. Vosotros llevad la respuesta á los príncipes aqueos—que esta es la misión de los legados,—á fin de que busquen otro medio de salvar las naves y á los aqueos que hay á su alrededor, pues aquel en que pensaron no puede emplearse mientras subsista mi enojo. Y Fénix quédese con nosotros, acuéstese y mañana volverá conmigo á la patria tierra, si así lo desea, que no he de llevarle á viva fuerza.»

430 Dió fin á su habla, y todos enmudecieron, asombrados de oirle; pues fué mucha la vehemencia con que se negara. Y el anciano jinete Fénix, que sentía gran temor por las naves aqueas, dijo después de un buen rato y saltándole las lágrimas:

434 «Si piensas en el regreso, preclaro Aquiles, y te niegas en absoluto á defender del voraz fuego las veleras naves, porque la ira