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CANTO OCTAVO

luz; mas para los aqueos llegó grata, muy deseada, la tenebrosa noche.

489 El esclarecido Héctor reunió á los teucros en la ribera del voraginoso Janto, lejos de las naves, en un lugar limpio donde el suelo no aparecía cubierto de cadáveres. Aquéllos descendieron de los carros y escucharon á Héctor, caro á Júpiter, que arrimado á su lanza de once codos, cuya reluciente broncínea punta estaba sujeta por áureo anillo, así les arengaba:

497 «¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados! En el día de hoy esperaba volver á la ventosa Ilión después de destruir las naves y acabar con todos los aqueos; pero nos quedamos á obscuras, y esto ha salvado á los argivos y á los buques que tienen en la playa. Obedezcamos ahora á la noche sombría y ocupémonos en preparar la cena; desuncid de los carros á los corceles de hermosas crines y echadles el pasto; traed de la ciudad bueyes y pingües ovejas, y de vuestras casas pan y vino, que alegra el corazón; amontonad abundante leña y encendamos muchas hogueras que ardan hasta que despunte la aurora, hija de la mañana, y cuyo resplandor llegue al cielo: no sea que los aqueos, de larga cabellera, intenten huir esta noche por el ancho dorso del mar. Que no se embarquen tranquilos y sin ser molestados; que alguno tenga que curarse en su casa una lanzada ó un flechazo recibido al subir á la nave, para que tema quien ose mover la luctuosa guerra á los teucros, domadores de caballos. Los heraldos, caros á Júpiter, vayan á la población y pregonen que los adolescentes y los ancianos de canosas sienes se reunan en las torres que fueron construídas por las deidades y circundan la ciudad; que las tímidas mujeres enciendan grandes fogatas en sus respectivas casas, y que la guardia sea continua para que los enemigos no entren insidiosamente en la ciudad mientras los hombres estén fuera. Hágase como os lo encargo, magnánimos teucros. Dichas quedan las palabras que al presente convienen; mañana os arengaré de nuevo, troyanos domadores de caballos; y espero que, con la protección de Júpiter y de las otras deidades, echaré de aquí á esos perros rabiosos, traídos por el hado en los negros bajeles. Durante la noche hagamos guardia nosotros mismos; y mañana, al comenzar del día, tomaremos las armas para trabar vivo combate junto á las cóncavas naves. Veré si el fuerte Diomedes Tidida me hace retroceder de los bajeles al muro, ó si le mato con el bronce y me llevo sus cruentos despojos. Mañana probará su valor, si me aguarda cuando le acometa con la lanza; mas confío en que, así que