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LA ILÍADA

443 Los dioses, sentados á la vera de Júpiter fulminador, contemplaban la grande obra de los aqueos, de broncíneas lorigas; y Neptuno, que sacude la tierra, empezó á decirles:

446 «¡Padre Júpiter! ¿Cuál de los mortales de la vasta tierra consultará con los dioses sus pensamientos y proyectos? ¿No ves que los aqueos, de larga cabellera, han construído delante de las naves un muro con su foso, sin ofrecer á los dioses hecatombes perfectas? La fama de este muro se extenderá tanto como la luz de la aurora; y se echará en olvido el que labramos Febo Apolo y yo, cuando con gran fatiga construímos la ciudad para el héroe Laomedonte.»

454 Júpiter, que amontona las nubes, respondió indignado: «¡Oh dioses! ¡Tú, prepotente batidor de la tierra, qué palabras proferiste! Á un dios muy inferior en fuerza y ánimo podría asustarle tal pensamiento; pero no á ti, cuya fama se extenderá tanto como la luz de la aurora. Ea, cuando los aqueos, de larga cabellera, regresen en las naves á su patria, derriba el muro, arrójalo entero al mar, y enarena otra vez la espaciosa playa para que desaparezca la gran muralla aquiva.»

464 Así éstos conversaban. Á puesta del sol los aqueos tenían la obra acabada; inmolaron bueyes y se pusieron á cenar en las respectivas tiendas, cuando arribaron, procedentes de Lemnos, muchas naves cargadas de vino que enviaba Euneo, hijo de Hipsipile y de Jasón, pastor de hombres. El hijo de Jasón mandaba separadamente, para los Atridas Agamenón y Menelao, mil medidas de vino. Los aqueos, de larga cabellera, acudieron á las naves; compraron vino, unos con bronce, otros con luciente hierro, otros con pieles, otros con vacas y otros con esclavos; y prepararon un festín espléndido. Toda la noche los aquivos, de larga cabellera, disfrutaron del banquete, y lo mismo hicieron en la ciudad los troyanos y sus aliados. Toda la noche estuvo el próvido Júpiter meditando cómo les causaría males, hasta que por fin tronó de un modo horrible: el pálido temor se apoderó de todos, derramaron á tierra el vino de las copas, y nadie se atrevió á beber sin que antes hiciera libaciones al prepotente Saturnio. Después se acostaron y el don del sueño recibieron.