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CANTO SÉPTIMO

303 Cuando esto hubo dicho, entregó á Ayax una espada guarnecida con argénteos clavos, ofreciéndosela con la vaina y el bien cortado ceñidor; y Ayax regaló á Héctor un vistoso tahalí teñido de púrpura. Separáronse luego, volviendo el uno á las tropas aqueas y el otro al ejército de los teucros. Éstos se alegraron al ver á Héctor vivo, y que regresaba incólume, libre de la fuerza y de las invictas manos de Ayax, cuando ya desesperaban de que se salvara; y le acompañaron á la ciudad. Por su parte, los aqueos, de hermosas grebas, llevaron á Ayax, ufano de la victoria, á la tienda del divino Agamenón.

313 Así que estuvieron en ella, Agamenón Atrida, rey de hombres, sacrificó al prepotente Saturnio un buey de cinco años. Tan pronto como lo hubieron desollado y preparado, lo descuartizaron hábilmente y cogiendo con pinchos los pedazos, los asaron con el cuidado debido y los retiraron del fuego. Terminada la faena y dispuesto el festín, comieron sin que nadie careciese de su respectiva porción; y el poderoso héroe Agamenón Atrida obsequió á Ayax con el ancho lomo. Cuando hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, el anciano Néstor, cuya opinión era considerada siempre como la mejor, comenzó á darles un consejo. Y arengándolos con benevolencia, así les dijo:

327 «¡Atrida y demás príncipes de los aqueos todos! Ya que han muerto tantos aquivos, de larga cabellera, cuya sangre esparció el cruel Marte por la ribera del Escamandro de límpida corriente y cuyas almas descendieron al Orco, conviene que suspendas los combates; y mañana, reunidos todos al comenzar del día, traeremos los cadáveres en carros tirados por bueyes y mulos, y los quemaremos cerca de los bajeles para llevar sus cenizas á los hijos de los difuntos cuando regresemos á la patria. Erijamos luego con tierra de la llanura, amontonada en torno de la pira, un túmulo común; edifiquemos á partir del mismo una muralla con altas torres que sea un reparo para las naves y para nosotros mismos; dejemos puertas, que se cierren con bien ajustadas tablas, para que pasen los carros, y cavemos al pie del muro un profundo foso, que detenga á los hombres y á los caballos si algún día no podemos resistir la acometida de los altivos teucros.»

344 Así habló, y los demás reyes aplaudieron. Reuniéronse los teucros en la acrópolis de Ilión, cerca del palacio de Príamo; y la junta fué agitada y turbulenta. El prudente Antenor comenzó á arengarles de esta manera: