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LA ILÍADA

bién á Héctor y por él te interesas, dales á entrambos igual fuerza y gloria.»

206 Así hablaban. Púsose Ayax la armadura de luciente bronce; y vestidas las armas, marchó tan animoso como el terrible Marte cuando se encamina al combate de los hombres á quienes el Saturnio hace venir á las manos por una roedora discordia. Tan terrible se levantó Ayax, antemural de los aqueos, que sonreía con torva faz, andaba á paso largo y blandía enorme lanza. Los argivos se regocijaron grandemente, así que le vieron, y un violento temblor se apoderó de los teucros; al mismo Héctor palpitóle el corazón en el pecho; pero ya no podía manifestar temor ni retirarse á su ejército, porque de él había partido la provocación. Ayax se le acercó con su escudo como una torre, broncíneo, de siete pieles de buey, que en otro tiempo le hiciera Tiquio, el cual habitaba en Hila y era el mejor de los curtidores. Éste formó el versátil escudo con siete pieles de corpulentos bueyes y puso encima, como octava capa, una lámina de bronce. Ayax Telamonio paróse, con la rodela al pecho, muy cerca de Héctor; y amenazándole, dijo:

226 «¡Héctor! Ahora sabrás claramente, de solo á solo, cuáles adalides pueden presentar los dánaos, aun prescindiendo de Aquiles que destruye los escuadrones y tiene el ánimo de un león. Mas el héroe, enojado con Agamenón, pastor de hombres, permanece en las corvas naves, que atraviesan el ponto, y somos muchos los capaces de pelear contigo. Pero empiece ya la lucha y el combate.»

233 Respondióle el gran Héctor, de tremolante casco: «¡Ayax Telamonio, de jovial linaje, príncipe de hombres! No me tientes cual si fuera un débil niño ó una mujer que no conoce las cosas de la guerra. Versado estoy en los combates y en las matanzas de hombres; sé mover á diestro y á siniestro la seca piel de buey que llevo para luchar denodadamente, sé lanzarme á la pelea cuando en prestos carros se batalla, y sé deleitar á Marte en el cruel estadio de la guerra. Pero á ti, siendo cual eres, no quiero herirte con alevosía, sino cara á cara, si conseguirlo puedo.»

244 Dijo, y blandiendo la enorme lanza, arrojóla y atravesó el bronce que cubría como octava capa el gran escudo de Ayax, formado por siete boyunos cueros: la indomable punta horadó seis de éstos y en el séptimo quedó detenida. Ayax, descendiente de Júpiter, tiró á su vez un bote en el escudo liso del Priámida, y el asta, pasando por la tersa rodela, se hundió en la labrada coraza y rasgó la túnica sobre el ijar; inclinóse el héroe, y evitó la negra muerte. Y arran-