Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/112

Esta página ha sido corregida
106
LA ILÍADA

por despique con un hombre más fuerte que tú, con Héctor Priámida, que á todos amedrenta y cuyo encuentro en la batalla, donde los varones adquieren gloria, causaba horror al mismo Aquiles que tanto en bravura te aventaja. Vuelve á juntarte con tus compañeros, siéntate, y los aqueos harán que se levante un campeón tal, que, aunque aquél sea intrépido é incansable en la pelea, con gusto, creo, se entregará al descanso si consigue escapar de tan fiero combate, de tan terrible lucha.»

120 Dijo; y el héroe cambió la mente de su hermano con la oportuna exhortación. Menelao obedeció; y sus servidores, alegres, quitáronle la armadura de los hombros. Entonces levantóse Néstor, y arengó á los argivos diciendo:

124 «¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande para la tierra aquea! ¡Cuánto gemiría el anciano jinete Peleo, ilustre consejero y arengador de los mirmidones, que en su palacio se gozaba con preguntarme por la prosapia y la descendencia de los argivos todos! Si supiera que éstos tiemblan ante Héctor, alzaría las manos á los inmortales para que su alma, separándose del cuerpo, bajara á la morada de Plutón. Ojalá, ¡padre Júpiter, Minerva, Apolo!, fuese yo tan joven como cuando, encontrándose los pilios con los belicosos arcadios al pie de las murallas de Fea, cerca de la corriente del Jardano, trabaron el combate á orillas del impetuoso Celadonte. Entre los arcadios aparecía en primera línea Ereutalión, varón igual á un dios, que llevaba la armadura del rey Areitoo; del divino Areitoo, á quien por sobrenombre llamaban el macero así los hombres como las mujeres de hermosa cintura, porque no peleaba con el arco y la formidable lanza, sino que rompía las falanges con la férrea maza. Al rey Areitoo matóle Licurgo, valiéndose no de la fuerza, sino de la astucia, en un camino estrecho, donde la férrea clava no podía librarle de la muerte: Licurgo se le adelantó, envasóle la lanza en medio del cuerpo, tumbóle de espaldas, y despojóle de la armadura, regalo del férreo Marte, que llevaba en las batallas. Cuando Licurgo envejeció en el palacio, entregó dicha armadura á Ereutalión, su escudero querido, para que la usara; y éste, con tales armas, desafiaba entonces á los más valientes. Todos estaban amedrentados y temblando, y nadie se atrevía á aceptar el reto; pero mi ardido corazón me impulsó á pelear con aquel presuntuoso—era yo el más joven de todos—y combatí con él y Minerva me dió gloria, pues logré matar á aquel hombre gigantesco y fortísimo que tendido en el suelo ocupaba un gran espacio. Ojalá me rejuveneciera tanto y mis fuerzas conservaran