y conocer con exactitud el barómetro de su corazón?”
– ¿Qué murmuras? ¿Qué tienes ahí? Quiero ver. –dijo la Fanfarlo.
– ¡Ah! No es nada –dijo Samuel–. Es la carta de una mujer honesta a quien le prometí que me convertiría en tu amado.
– Me las pagarás. –dijo ella entre dientes.
Es probable que la Fanfarlo haya amado a Samuel, pero con ese amor que pocas almas conocen, con rencor en el fondo. En cuanto a él, fue castigado por sus pecados. A menudo había fingido pasión, ahora se vio obligado a conocerla; pero no fue ese amor tranquilo, calmado y ardiente que inspiran las mujeres honestas, fue el amor terrible, desolador y vergonzoso, el amor enfermo de las cortesanas. Samuel conoció todas las torturas de los celos, y el rebajamiento y la tristeza en que nos arroja la conciencia de un mal incurable y constitucional; en pocas palabras, todos los horrores de aquel vicioso matrimonio al que se le da el nombre de concubinato. En cuanto a ella, cada día engorda más; se ha convertido en una