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L AF A N F A R L O

él que por sí misma; que al menos hubiese querido, en su completa resignación sumisa y abnegada, que él pudiese encontrar en otros brazos el amor que ya no le pedía a su mujer; que había sufrido más al verlo caer que al verse abandonada; que, además, gran parte de la culpa era suya, por haber descuidado sus deberes de tierna esposa al no haber advertido a su marido del peligro; que, por lo demás, ella estaba dispuesta a cerrar esa herida sangrante y a reparar ella sola la imprudencia de ambos, etc. La pobre lloraba y lloraba bien, el fuego iluminaba sus lágrimas y su rostro se embellecía con su dolor.

El señor de Cosmelly no dijo ni una palabra antes de salir. Los hombres atrapados en la red de sus propias faltas no toleran hacerle a la clemencia una ofrenda con sus remordimientos. Si fue a la casa de la Fanfarlo, de seguro encontró allí vestigios del desorden, colillas de cigarros y folletines.