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L AF A N F A R L O

como un vicio del amor y al embarazo como una enfermedad de araña. En alguna parte escribió: “Los ángeles son hermafroditas y estériles.” Amaba al cuerpo humano como una armonía material, como una bella arquitectura a la que se añade movimiento; y ese materialismo absoluto no estaba lejos del idealismo más puro. Pero como en lo bello, que es la causa del amor, según él había dos elementos: la línea y el atractivo –y como todo esto se refiere a la línea–; el atractivo para él, al menos aquella noche, era el lápiz labial.

La Fanfarlo resumía para él la línea y el atractivo; y cuando, sentada en el borde de la cama, en la despreocupación y la calma victoriosa de la mujer amada, con las manos posadas delicadamente sobre él, la miraba; le parecía ver el infinito detrás de los ojos claros de aquella belleza, y sentía que los suyos a la larga planeaban sobre inmensos horizontes. Por lo demás, como sucede a los hombres excepcionales, a menudo estaba solo en su paraíso, ya que nadie podía habitarlo