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L AF A N F A R L O


En cuanto a las salsas, ragús y aderezos, cuestión seria que demandaría un capítulo tan serio como el de un folleto científico, puedo afirmarles que estaban perfectamente de acuerdo, sobre todo en la necesidad de llamar en ayuda de la cocina a toda la farmacéutica de la naturaleza. Pimientos, polvos ingleses, azafranes, sustancias coloniales, polvos exóticos; todo les parecía bueno, incluso el almizcle y el incienso. Si Cleopatra viviera todavía, tengo por seguro que hubiera querido preparar filetes de buey o de venado con perfumes de Arabia. En efecto, es deplorable que los grandes cocineros de ahora no sean obligados por una ley especial y obligatoria a conocer las propiedades químicas de las materias; y que no sepan descubrir, para los casos que lo ameriten, como una velada amorosa, elementos culinarios casi inflamables, prontos a recorrer el sistema orgánico como el ácido prúsico y a volatizarse como el éter.