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L AF A N F A R L O

nada más. ¿Semejante hombre tenía realmente la nariz entre los ojos, estaba del todo conformado como el resto de los hombres? Cuando obtuvo una o dos informaciones sobre Samuel Cramer: que era un hombre como cualquier otro, con algo de criterio y algo de talento; comprendió que había algo que adivinar, y que el terrible artículo del lunes bien podría ser una extraña clase de ramo de flores semanal o la carta de visita de un obstinado solicitante.

La encontró una noche en su camerino. Dos vastas antorchas y un gran fuego hacían temblar la luz sobre las abigarradas vestimentas que llevaba a rastras por su tocador.

La reina del lugar, al momento de marcharse, retomaba su atavío de simple mortal y, en cuclillas sobre una silla, calzaba sin pudor su adorable pierna; sus manos, generosamente estilizadas, hacían pasear un cordón a través de los ojetes del borceguí como una ágil lanzadera,