sobrepasado todas las andaluzadas posibles. El primer fragmento llegó a casa de la criatura, que tiró ese plato de pepinos al tacho de los cigarros; el segundo llegó a casa de la pobre abandonada, que en primera instancia abrió grandes ojos, terminó por comprender y, a pesar de sus tristezas, no pudo evitar reír a carcajadas, como en sus mejores tiempos.
Samuel fue al teatro y se puso a estudiar a la Fanfarlo sobre el escenario. La encontró ligera, magnífica, vigorosa, de buen gusto en sus atavíos, y juzgó al señor de Cosmelly dichoso al poder arruinarse por semejante criatura.
Se presentó dos veces en casa de ella, una casita con una escalera aterciopelada en un barrio nuevo lleno de plantas; pero no podía presentarse sin algún pretexto razonable. Una declaración de amor era algo profundamente inútil y hasta peligroso. El fracaso le habría prohibido regresar. En cuanto a hacerse presentar, sabía que la Fanfarlo no recibía a nadie. Algunos