en las que la pasión no ocupaba lugar alguno. Desde entonces, su actividad tomó otro rumbo. Después de los amigos vinieron los caballos y el juego. El murmullo del mundo y la visita de aquellos que descansaban sin trabas y que sin cesar le contaban los recuerdos de una loca y ocupada juventud, lo alejaron de las largas conversaciones hogareñas y de su sitio junto al fuego. Él, que jamás había tenido otro asunto que su corazón, tuvo varias distracciones. Rico y sin profesión, supo crearse multitud de ocupaciones renuentes y frívolas que ocupaban todo su tiempo. Las preguntas conyugales: “¿A dónde vas?”, “¿A qué hora te veremos? ¡Regresa pronto!”, tuve que reprimirlas en el fondo de mi pecho; ya que la vida inglesa –asesina de todo corazón–, la vida de los clubes y de los círculos, lo había absorbido por completo. El cuidado exclusivo de su persona y el dandismo que destilaba ante todo me chocaron, pues era evidente que yo no era el motivo. Yo quería hacer como él, estar más bella, quiero decir coqueta, coqueta para él, como lo era él para el
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L AF A N F A R L O