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L AF A N F A R L O


Se encontraba fuertemente emocionada; Samuel se dio cuenta que había tocado una antigua herida, e insistió con crueldad.

–Señora –dijo– los saludables sufrimientos del recuerdo tienen sus encantos y, en esa embriaguez de dolor, a veces encontramos alivio. Ante esta fúnebre advertencia, todas las almas leales se gritarían: “Señor, recógeme de aquí con mi sueño intacto y puro: quiero devolver a la naturaleza mi pasión con toda su virginidad, y usar en otra parte mi corona inmarchitable.” Además, los resultados de la desilusión son terribles. Los vástagos enfermos productos de un amor agonizante son el triste desenfreno y la repugnante impotencia: el desenfreno del espíritu, la impotencia del corazón, que hace que el uno no viva más que por curiosidad, y que el otro muera cada día por lasitud. Todos nos parecemos más o menos a un viajero que hubiera recorrido un enorme país; y que observara, cada tarde, al sol, el mismo que antaño doraba magníficamente los encantos