¡deme su brazo y admiremos juntos esas pobres flores que la primavera vuelve tan dichosas!
En lugar de admirar las flores, Samuel Cramer, a quien la inspiración había llenado, comenzó a poner en prosa y a declamar varias malas estancias compuestas en su primer estilo. La dama lo dejaba continuar.
–¡Qué diferencia, y cuán poco queda del mismo hombre, tan sólo el recuerdo! Pero el recuerdo no es más que un nuevo sufrimiento. ¡Qué bellos tiempos aquellos en que la mañana jamás despertaba nuestras rodillas entumecidas o rotas por la fatiga de los sueños, donde nuestros ojos claros reían a toda voz, donde nuestra alma no razonaba, sino que vivía y jugueteaba; donde nuestros suspiros escapaban suavemente sin ruido y sin orgullo! ¡Cuántas veces, en el tiempo libre de la imaginación, revivía una de esas hermosas tardes otoñales en que nuestras jóvenes almas hacían progresos comparables a los de los árboles que, en un instante, crecen varios codos! Entonces veo, siento, escucho; la luna despierta