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L A F A N F A R L O

maquillamos tan extrañamente el rostro. Estamos tan ocupados en sofisticar nuestro corazón, hemos abusado tanto del microscopio para estudiar las repugnantes excrecencias y las vergonzosas verrugas que lo cubren, y que nosotros exageramos a gusto, que es imposible que hablemos el lenguaje de los otros hombres. Ellos viven por vivir, y nosotros, ¡desgraciadamente vivimos para saber! El misterio está ahí. La edad no cambia más que la voz y no nos quita más que los dientes y el cabello; nosotros hemos alterado el acento de la naturaleza, hemos extirpado uno a uno los pudores virginales que habían erizado nuestro interior de hombres honestos. Hemos psicologizado como los locos, que aumentan su locura al esforzarse en comprenderla. Los años no dejan inválidos más que a nuestros miembros, y nosotros hemos deformado las pasiones. ¡Desgraciados, tres veces desgraciados los débiles padres que nos hicieron raquíticos y lánguidos, predestinados como estamos a no engendrar más que hijos muertos!

–¡Todavía con sus Osífragas! –dijo ella– Vamos,