franceses, en los que la pasión y la moral se imponen siempre sobre la descripción material de las cosas! ¿Qué importa que la castellana use lengüeta o miriñaque, o interiores Oudinot, mientras solloce o traicione como convenga? ¿El amante le interesa a usted más por llevar un puñal en su chaleco en vez de una tarjeta de presentación, y un déspota en hábito negro le causa un terror menos poético que un tirano montado de cuero y hierro?
Samuel, como se ve, entraba en la clase de las personas absorbentes, hombres insoportables y apasionados cuyo oficio estropea la conversación, y para quienes toda ocasión es buena, lo mismo un encuentro imprevisto bajo un árbol que en una esquina, –aunque sea con un trapero– para desarrollar obstinadamente sus ideas. No hay entre los viajeros comerciantes, los industriales errantes, los promotores de negocios en comandita y los poetas absorbentes, más que una diferencia, la de la propaganda a la predicación: