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más que ayudando a que sus disposiciones nativas se desarrollen.

Por eso el educante no ha de proponerse a priori, sin la consulta previa, paciente y detenida de la naturaleza del niño, que éste estudie para marino, o agricultor, o médico, etc. ¿ Puédese destinar a los niños, por el mero deseo de la voluntad del que los condiciona, a que sean poetas, a que estudien para filósofoso a que revelen en música extraordinarias disposiciones geniales ? Pues para el caso lo mismo da.

El estudio de los juegos de los niños demuestran su gran semejanza con las ocupaciones más serias de sus mayores. Los niños combinan y ejecutan sus juegos con un inteiés y una energía que sólo abate el cansancio. Trabajan por imitar cuantas cosas puedan concebir que hacen los grandes. Construyen casas, hacen pasteles de barro, van a la ciudad, juegan a la escuela, dan baile, hacen de médico, visten muñecas, lavan la ropa, dan funciones de circo, venden frutas y behidas, forman jardines, trabajan en minas de carbón, escriben cartas, se hacen burlas, discuten, pelean, etc.

El ardor y vehemencia con que hacen esto muestra cuán profundamente real es para ellos, y revela además que los instintos en los niños no difieren absolutamente de los instintos a la edad viril. E1 juego espontáneo, que es de la preferencia del niño, predice su ocupación o disposiciones nativas. El niño juega a hombre, y cuando llega a la edad viril hace en serio aquello que de niño le divertía.

Taylor dice : «Debiérase enseñar a los niños

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