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no me parece ya tan satisfactorio; como médico, he tenido ocasión muchas veces de apreciar el desamparo en que sé hallan muchos niños en las escuelas, y me ha conmovido hondamente el desconsuelo de un padre cuando ha perdido un hijo por efecto de una enfermedad que contrajo en la escuela y que pudo haberse evitado.

¿ Están en nuestras escuelas suficientemente protegidos los niños para que una madre deje ir tranquilo cada mañana aquel sér querido, que mientras le tuvo en su regazo crecía sano y que al ir al colegio se tornó enfermizo ? Las epidemias de las escuelas son prueba de esos riesgos; pero hay otros contagios que se van realizando a la sordina, y que por lo mismo causan mayor número de víctimas, sin que ese silencio motive una intervención que lo evite.

Hace unos meses, por mera coincidencia, sin duda, asistí, con unos días de intérvalo, a tres niños con difteria ; los tres asistían al mismo colegio ; la tos ferina, el sarampión, la escarlatina y otras, encuentran en las escuelas el campo más fecundo para una explosión epidémica, porque aquellos niños allí reunidos, sometidos al mismo medio, cuando llegan a sus casas contagian a sus hermanitos mayores o menores, y de esta suerte el contagio escolar influye hasta en los niños de pecho, en los mismo recién necidos. A veces llega hasta a sus padres.

La tuberculosis se transmite por este medio.

Aparte de estas enfermedades tan terribles, la tiña, las enfermedades de los ojos, la sarna, el histerismo, las torceduras de la espalda, etcétera, etc., casi siempre salen de la escuela.

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