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siempre procuraba rectificar los juicios emitidos en lo que pudieran tener de exagerados o de mal fundados, o bien hacía resaltar el inconveniente que existe en someter el criterio propio al dogma de secta, de escuela o de partido, lo que por desgracia' está tan generalizado, y de ese modo obtenía con cierta frecuencia que individuos distanciados por su credo particular, después de discutir, se acercasen y concordasen, saltando sobre creencias antes indiscutidas y aceptadas por fe, por obediencia o por simple acatamiento servil, y por ello mis amigos y alumnos se sentían dichosos por haber abandonado un error vergonzoso y haber aceptado una verdad cuya posesión eleva y dignifica.

La severidad de la lógica, aplicada sin censura y con oportunidad, limó asperezas fanáticas, estableció concordias intelectuales y quién sabe hasta qué punto determinó voluntades en sentido progresivo.

Librepensadores opuestos a la Iglesia y que transigían con las observaciones del Génesis, con la inadecuada moral del Evangelio y hasta con las ceremonias eclesiásticas; republicanos más o menos oportunistas o radicales que se contentaban con la menguada igualdad democrática que contiene el título de ciudadanía, sin afectar lo más mínimo a la diferencia de clases; filósofos que pretendían haber descubierto la causa primordial entre laberintos metafísicos, fundando la verdad sobre una vana fraseología, todos pudieron ver el error ajeno y el propio ; todos o la mayor parte se orientaron hacia el sentido común.

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