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En una nación de masas analfabetas, en que el tanto por ciento de los iletrados acusa una de las mayores proporciones de Europa y de América, se ha planteado la enseñanza racional, cuyo objetivo se expresa claramente en estas palabras del programa de la Escuela Moderna : « Ni dogmas ni sistemas, moldes que reducen la vitalidad a la estrechez de las exigencias de una sociedad transitoria que aspira a definitiva; soluciones comprobadas por los hechos, teorías aceptadas por la razón, verdades confirmadas por la evidencia, eso es lo que constituye nuestra enseñanza, encaminada a que cada cerebro sea el motor de una voluntad, y a que las verdades brillen por sí en abstracto, arraiguen en todo entendimiento y, aplicadas en la práctica, beneficien a la humanidad sin exclusiones indignas ni exclusivismos repugnantes.»

Esta enseñanza no existía en España, ni existe oficialmente en las otras naciones, por adelantadas que parezcan, por grandes que sean las cantidades que sus presupuestos destinen a la enseñanza. Es más: esa enseñanza no la dará jamás el Estado, ni aquí, ni en nación alguna del mundo, porque mal puede tender a que «cada cerebro sea el motor de una voluntad » esa entidad que concreta en leyes, y quiere eternizarlas como expresión de la verdad y de la justicia, los errores de cada época y los intereses de las castas o de las clases superiores, y que, por consecuencia, amasa los cerebros en la uniformidad de una creencia y en la inicua aceptación de un despojo; es decir, en la fe y en la obediencia.

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