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LA ENEIDA

quicios las aceradas puertas, y rompe las fuertes tablas con el pedazo de una viga, haciendo una grande ventana[1]. Lo mas recondito del palacio queda á la vista y aparecen sus largas galerias. Descúbrense las secretas estancias de Príamo y de los antiguos Reyes, y se ven las guardias puestas delante de la entrada. Entretanto lo interior de la real casa sc conmovia con llanto y lamentable desórden. Las bóvedas resonaban con los gritos de las mujeres, y los ayos de ellas, retumbando en los dorados techos, llegaban hasta los astros[2]. Las espantadas madres corrian en desórden por las grandes salas, abrazaban las puertas y ardientes besos les estaban dando. Pirro, tan violento como su padre, apura el ataque, y ni las barreras ni las guardias mismas pueden contenerlo. Las puertas bambolean al repetido golpe del ariete y arrancadas de sus goznes vienen al suelo.

Se abren camino por la fuerza, rompen nuestros grupos, y los crucles Griegos degüellan á los primeros que se presentan, y todos aquellos aposentos se llenan de soldados. No con tal furor se precipita un rio espumoso, cuando rotos sus diques vence las moles que se oponen á su impetuosa corriente, é hinchado se lanza con furia en las llanuras, y arrebata en las campañas los rebaños con sus cstablos. Yo mismo ví en los pórticos á Pirro y á los dos Atridas embriagados en la matanza; ví á Hecuba[3] y á sus cien nueras, y á Príamo que en los altarcs apagaba con su sangre el fuego que él mismo habia con-