crestosos yelmos de los Griegos, desde la mas alta bóveda del templo nos abrumaban con sus dardos, haciendo una triste carniceria. Tambien los enemigos, lamentando la pérdida de Casandra y llenos de furor, se reunen de todas partes; y nos atacan el fiero Ayax, los dos Atridas, y toda la falange de los Dolopes. Asi se chocan en furiosos torbellinos los vientos encontrados, y el Céfiro, y el Noto y el Euro ufano de llevar los caballos de la Aurora, haciendo silvar los bosques; y Nereo se embravece y cubierto de espuma subleva con su tridente los mares desde sus profundos fondos. Vienen tambien aquellos que hicimos huir á favor de un disfraz por entre las sombras de la oscura noche, y que perseguimos por toda la ciudad. Son los primeros que conocen los escudos y las mentidas armas, y hacen advertir nuestro diverso acento. Al pronto su número nos abruma, Chorebo el primero rinde la vida å manos de Peneleo, ante el altar de la Diosa Armipotente. Cae tambien Rifeo el mas justo que hubo entre Troyanos y cl mas exacto observador de las leyes, ¡pero de otro modo les pareció á los Dioses! Mueren Hipanis y Dymas traspasados por sus compañeros. Ni á ti, Panto, te ha librado que perecieses tu grande picdad ni la tiara de Apolo[1]. ¡Cenizas de llion! ¡Llamas que consumisteis los restos de mi patria! os pongo por testigo, que en nuestros últimos momentos yo he arrostrado las armas y todos los asaltos de los Griegos, y que si los Hados hubieran decretado que tambien
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