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LA ENEIDA

ceso, esclama: "¡Oh compañeros, sigamos este camino de salud que al fin la suerte nos muestra declarandose favorable! Cambiemos los escudos y pongámosnos las insignias de los Griegos. Si es astucia ó valor, ¿quién del enemigo pregunta? Ellos mismos nos darán armas ".

Dice asi, y se pone el crinoso yelmo de Androgeo, su insigne y brillante escudo, y ciñese al costado la espada Griega. Esto hace Rifeo, esto hace el mismo Dymas y toda la juventud alegre. Cada uno se arma con los recientes despojos. Marchamos mezclados con los Griegos: pero sin el agrado de nuestros Dioses! Muchos encuentros en aquella oscura noche se trabaron, y á muchos de los Griegos precipatamos al Orco. Otros huyen á las naves y las seguras riberas buscan en su fuga. Una parte con torpe miedo escala otra vez el gran caballo, y se esconde en las cavidades de su vientre, bien conocidas de ellos.

¡Ah! en nada es permitido confiar contra la voluntad de los Dioses! Ilé ahí que la joven Casandra, hija de Priamo, iba arrastrada desde el templo y santuario de Minerva, sueltos sus cabellos, tendiendo en vano al cielo sus ardientes ojos... sus ojos, porque sus tiernas manos las llevaba atadas. Chorebo, desesperado, no pudo sufrir este espectáculo, y se precipita á morir en medio de la hueste. Le seguimos todos y combatimos cerrando nuestras filas. Pero en ese momento, los nuestros, engañados por las armas que nos veian, y por los