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LIBRO SEGUNDO

petas. Atonito tomo las armas, cuando las armas nada podian, ardiendo por reunir las tropas para el combate y concurrir con mis compañeros á la ciudadela. La ira y el furor transportan mi alma, y nada me parece mas bello que morir peleando.

Pero he ahí á Panto, escapado de las espadas de los Griegos, Panto hijo de Othris, sacerdote de la ciudadela y del templo de Apolo. Traia en sus sagradas manos los vencidos Dioses y su tierno nieto, y fuera de si corria al palacio[1]. "Panto! le digo, ¿dónde está el mayor peligro? ¿Cuál fortaleza tomamos?" Apenas habia dicho, cuando él, suspirando, me responde asi: “Ha venido el último dia de Troya y su incvitable hora. ¡llion fué! ¡Fueron los Troyanos y la alta gloria de los hijos de Teucer! El cruel Júpiter transporta todo á Argos. Los Griegos dominan en la abrasada ciudad. El colosal caballo parado en medio del pueblo, vomita soldados, y Sinon vencedor atiza el fuego burlándonos. Abiertas las puertas entran otros en tantos iniles cuantos nunca vinieron de Micenas. Otros con sus dardos tendidos atajan los pasos estrechos. Por do quiera está aprestada una hueste, resplandeciendo la punta de sus espadas, prontas á dar la muerte. Las primeras guardias de las puertas, apenas son bastante para el primer momento, y en vano con ciego furor resisten."

A estas palabras del hijo de Othris yo me lanzo por inspiracion de los Dioses por entre el incendio y las ar-