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LIBRO SEGUNDO

cual el presente mas inestimable de los Dioses, y he ahi que Héctor triste y acongojado se me aparece mientras yo dormia, derramando largas lágrimas, cual un dia le vi ennegrecido por el polvo, ensangrentado, asido al carro que le arrastraba por cuerdas ligadas á sus hinchados pies. ¡Ay! ¡cual estaba! ¡Cuin deinudado de aquel Hector que volvia cubierto con la armadura de Aquiles[1], ó despues de haber lanzado los Troyanos fuegos sobre las naves de los Griegos! desaliñada su barba, y sus cabellos endurecidos por sangre, dejando ver las muchas heridas que habia recibido en torno á los patrios muros. Aún me parecia que yo mismo, llorando, llamaba á este héroe y exhalaba estos dolientes lamentos. “¡Oh gloria de Troya y la mas segura esperanza de los hijos de Teucer! ¿Qué obstáculos te han detenido tanto? ¡Héctor tan largo tiempo esperado! De qué rejiones vienes? Despues de tantas muertes de los tuyos, despues de tan diversos estragos de la ciudad y de sus guerreros, cansados ya nosotros, en que estado te volvemos á ver! ¿Por qué indigno ultraje vuestro claro rostro ha sido afeado, y de que provienen esas llagas que miro?"

El no responde, ni se cuida de mis vanas preguntas, sinó que arrancando un gemido de lo hondo de su pecho, jay, dice tristemente, hijo de una Diosa! huye y librate de estas llamas. El enemigo ocupa la ciudad. Troya cae en pedazos desde la cima de su grandeza. Bastante