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LIBRO SEGUNDO

como el toro que mujiendo herido se escapa del altar, y huye, habiendo librado su cuello de la incierta Segur.

Desenvueltos los dos dragones del exangüe cuerpo, huyen á lo mas alto del templo: suben al santuario de la ofendida Palas, y se esconden bajo los piés de la Diosa y de la cavidad de su escudo. Entonces un nuevo pavor se apodera de los aterrados espiritus de todos, y dicen que Laocoon es digno de pagar asi el crimen de haber herido con el fierro el sagrado madero y enterrado en sus flancos un sacrilego dardo: gritan que el simulacro debe llevarse al templo é implorar el númen de la Diosa.

Rompimos los muros y abrimos una brecha. Ponense todos á la obra. Colócanle ruedas á los pies para arrastrarle, y le atan cables al cuello. La fatal máquina preñada de armas pasa las murallas. Los niños y doncellas van entonando alrededor sagrados cánticos, y se complacen al tocar con sus manos las cuerdas. Y ya entra, y amenazante pasa por medio de la Ciudad. ¡Oh pátria! ¡Oh Ilion!¡Mansion de los Dioses! Murallas de Dardano, famosas en la guerra! Cuatro veces la máquina se detuvo en los umbrales mismos de las puertas y cuatro veces resonaron las armas en su vientre; y sin einbargo seguimos sin hacer caso de esto, y ciegos por un delirio colocamos al funesto monstruo en el sagrado alcázar.

Entonces Casandra que por mandado de Apolo, jamás era creida de los Troyanos, abrió tambicn sus lábios