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LA ENEIDA

risa, ni por mil buques, ni por diez años de combates.

En este momento un prodigio mas admirable y mas terrible se presenta á los desgraciados Troyanos, y llena de espanto sus incautos ánimos. Laocoon, elejido por suerte sacerdote de Neptuno, sacrificaba un grande toro en los sagrados altares, y he ahi que dos serpientes de inmensas roscas (ime estremezco al decirlo!), echadas sobre el mar vienen de Tenedos por las mansas aguas, dirijiéndose con paso igual hacia la costa. Su pecho se levanta sobre el piélago, y sus ensangrentadas crestas dominan las ondas. El resto de sus cuerpos, formando inmensos circulos, dejaba tras si anchos surcos y grande ruido en el espumoso mar. Llegan á la orilla, despidiendo llamas de sus encendidos ojos teñidos en sangre. Daban horribles silvos, y vibrando las lenguas lamian sus lábios. A tal espectáculo, huimos sin aliento.

Ellas con paso uniformc se dirijen á Laocoon; pero antes entrelazan los tiernos cuerpos de sus dos hijos, y con crudas mordeduras devoran sus miseros miembros.

Despues acometen á él, que ya corria armado en auxilio de sus hijos, y le envuelven en sus vastos anillos. Ya con dos vueltas se replicgan en torno de su cuerpo, y con otras dos sus escamosos cueros revolvian por su cuello sobresaliendo por su cabeza las altas cervices. El bañaba las vendas con sangre y negro veneno, y se esforzaba entretanto en desatar con sus manos aquellas ligaduras, haciendo oir hasta los cielos sus horrisonos ayes. Tal