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LIBRO SEGUNDO

de Ulises, y de acuerdo con él, rompe el silencio y me destina al sacrificio. Asistieron todos, y lo que cada uno ternia para si, vieron con gusto convertirse en la muerte de un miserable. Ya el dia infausto habia llegado: los altares estaban preparados para ini[1], la salsa mola y las vendas sagradas para ceñic mis sienes. Me salvé de la muerte, lo confieso[2]: me escapé de la prision y me escondi durante la noche en los juncos de un lodoso lago, mientras se hacian á la vela, si por fortuna se iban.' "No hay, pues, ya para mi esperanza alguna de ver mi antigua patria, ni mis dulces hijos, ni mi deseado padre.

Tal vez los Griegos hagan caer sobre ellos las penas de mi fuga, y quieran espiar esta culpa con la muerte de esos desgraciados! Suplicoos, pues, por los Dioses, por los númenes, á quien no se oculta la verdad, por la buena fé, si aún la hay entre los mortales, que tengais piedad de tantas desgracias, que tengais piedad de un infeliz que no merece lo Por sus lágrimas le concedemos la vida y aún le compadecemos. Priamo el primero ordena él mismo quitarle las esposas y soltar las ceñidas ligaduras, y le habla con estas bondadosas palabras: “Cualquiera que tu seas; olvida los Griegos perdidos para tí. Eres ya nuestro, y responde la verdad á mis preguntas. Con qué fin han construido esta mole de tan prodigioso caballo: Quién es el autor? ¿Qué objeto tiene? ¿Es algun voto, ó alguna máquina de guerra?" Dijo, y Sinun instruido en las astuque sufre, '