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LA ENEIDA

furioso amor, y le infunda su ardor hasta en los huesos, porque teme ese palacio sospechoso y la doblez de los Tirios. La ajita tambien la cruel Juno, y el cuidado la tiene inquieta por la noche. Le habla, pues, al alado amor con estas palabras: "Hijo, que solo formas mi fuerza y mi grande poder: tú que desprecias los rayos que el padre omnipotente descargó sobre el jigante Tifeo, å ti ocurro, y suplicándote imploro tu asistencia. Tu sabes cómo tu hermano Eneas, por el odio de la injusta Juno, es arrojado de ribera en ribera, y que muchas veces te compadeciste de mi dolor. Ahora le acoje la Fenicia Dido, y le entretiene con blandos halagos. Temo que este sea un finjido hospedajc de Juno, la cual en ocasion tan importante no estará ociosa, y pienso, por lo tanto, prevenirla en los engaños: encender en la Reina una hoguera para que no varie de voluntad, sino que con un inmenso amor se ligue á Eneas conmigo. Para que puedas hacer esto, escucha ahora mi pensamiento. El real niño, objeto de todo mi cuidado, por orden del caro padre se prepara á ir á la ciudad de Cartago á llevarle presentes salvados del mar y de las llamas de Troya, at cual entregándole al sueño, le escondes en un sagrado lugar del Citeron ó Idalia para que no sepa la estratagema ó pueda presentarse inoportunamente. Tú, no mas que por una sola noche, imita su rostro. Niño tú mismo, toma del niño las bien conocidas facciones; y cuando muy contenta Dido te reciba en su regazo en medio del