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LIBRO PRIMERO

entonces cubrió á los viajeros en oscuro aire; échales en torno un ancho manto de espesa niebla para que nadie pudiera verlos, ni acercárseles, ó retardarlos, ó inquirir el objeto de su viaje. Ella elevándose en los aires, fué à Papos, y contenta vuelve á ver sus sacros albergues, donde hay un templo que le está consagrado y cien altares que humean siempre con sabeo incienso, y exhalan dulces aromas de guirnaldas frescas.

Ellos en tanto siguen el camino que la senda les señala. Saben á un collado que sobre todos domina la ciudad, y desde allá miran las torres que tenian al frente.

Admira Eneas esta masa imponente de edificios, donde há poco habia solo humildes cabañas. Admiran las puertas, el bullicio, el enlozado de las calles. Los empe- ñosos Tirios apresuran sus trabajos. Los unos construyen las murallas, levantan la ciudadela, y con sus manos hacen rodar las piedras. Otros elijen el solar para las casas y le rodean con un surco. Crian las leyes y majistrados, y forman el inviolable Senado. Aqui unos cavan el puerto; alli otros echan hondos cimientos para los teatros. Cortan de las canteras altas columnas, ornamentos ilustres de la futura escena. Cual suelen las abejas al primer verano ejercitarse al sol en sus labores, por los floridos campos, cuando sacan afuera los nuevos enjambres de su pueblo, ó cuando la cristalina miel fabrican é hinchan las celdas del dulce néctar, ó cuando reciben las cargas de las que llegan, ó cuando formadas