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LIBRO PRIMERO

hace saltar la chispa de un pedernal: recibe el fuego en hojas, ponele en torno combustibles secos, y la llama se lanza del fogon. Fatigados de tantas miserias, sacan el trigo que se halla mareado y los instrumentos para prepararle. Secan al fuego el grano salvado y le muelen en piedras.

Entretanto Eneas sube á un peñazco y dirije hasta lejos sus miradas por el ancho mar, por si descubre las velas de Anteo ó de Capis arrojados por el viento, ó las naves troyanas de dos órdenes de remos, ó en sus altas popas las armas de Caico. Pero ninguna nave se presenta á la vista. Vé solo tres ciervos dispersos en la ribera. A estos siguen por detrás muchos rebaños, y toda la grande manada pace por los valles. Paróse alli y tomó el arco y las veloces flechas que llevaba el fiel Achates. Primero voltea á los gefes del rebaño, que alzaban sus altas cabezas con ramajes de cuernos, y despues ataca con sus dardos á la turba entera, á la cual la dispersa por los frondosos bosques. No descansó hasta que vencedor habia tendido en tierra siete de ellos, los mas grandes, é igualado así su número con el de las naves.

De alli vuelve al puerto y reparte la presa entre todos sus compañeros. Distribuyeles el vino que en la ribera de Sicilia puso en toneles el bueno é ilustre Acestes y les dio cuando partian; y con estas palabras consuela sus tristes corazones: “¡Compañeros! ¡Antes de ahora conocimos el infortunio! ¡Vosotros habeis padecido aún