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LA ENEIDA

trépito de la montaña. Eolo sentado en una alta roca, con el cetro en la mano, templa sus brios y su furor amansa. Si no lo hiciera así, los mares, la tierra y el in menso cielo, arrastrados en su rápido vuelo, rodarian por los espacios. Temiendo esto el padre omnipotente, los encerró en profundas cuevas; puso sobre ellos la pesada mole de los montes, y dióles un Rey que bajo precisas leyes pudiera retenerlos ó darles rienda sueita.

Juno llega á él y le implora así: "¡Eolo! pues que el padre de los Dioses y Rey de los hombres te ha dado el poder de apaciguar las ondas, ó sublevarlas con los vientos, un pueblo que me es enemigo va surcando el mar Tirreneo, llevando á Italia, Troya y sus vencidos Penates. Esforzad los vientos: que hundidas sus naves queden sepultadas bajo de las aguas; ó echadlos á diversas partes y dispersadlos por todo el mar. Yo tengo catorce ninfas de estraordinaria belleza. Por el servicio que te pido, te daré á Diiopea la mas hermosa; la uniré á ti con indisoluble vinculo, y haré que, perpétua compañera, te haga padre de lindos hijos." Eolo le responde: “A ti te toca, oh Reina, mostrar lo que deseas, y á mi obedecer tus mandatos. Tu me has dado todo el. poder de este Reino. A ti debo mi cetro y el favor de Júpiter. Tú me has hecho sentar en la mesa de los Dioses[1] y me has concedido el imperio de las nubes y de las tempestades." Luego que hubo dicho estas palabras, vuelve la punta de su lanza y hiere