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LA ENEIDA

El le responde: "¡Oh padre! tu sombra, tu desconsoladora sombra que continuamente se me ha aparecido, me ha obligado á bajar á estas mansioner. Mis naves están en el mar Tirreneo. Permiteme ¡Oh padre! permiteme que yo pueda juntar mi mano con la tuya, y no te apartes de mis brazos". Diciendo así un raudal de la grimas regaba su rostro. Tres veces estendid sus brazos al rededor de su cuello, y tres veces su sombra en vano comprimida huyó de sus manos; semejante á los lijeros aires, semejante á fugaces sueños.

En esto mira Eneas en uo distante valle una apartada arboleda cuyos gajos murmuraban entre la selva, y al rio Leteo que corre por delante de aquellas plácidas mansiones. Rodeando sus riberas vagaban innumerables pueblos y naciones, cual se ve las abejas en los prados en un sereno dia de verano irse posando de flor en flor y amontonarse en torno de los blancos lirios, resonando en toda la llanura sus zumbidos. Eneas que no sabia que era aquello, turbóse con ese inesperado espectáculo, y le pregunta qué rio sea aquel y por qué tanta multitud de sombras cubre su ribera. El padre Anquises le responde: "Estas son las almas que destinadas á apimar á otros cuerpos, beben aguas soporíferas en la corriente del rio Leteo y en el eterno olvido. Hace largo tiempo que deseo hablarte de ellas, mostrártelas y enumerarte su futura descendencia, para que conmigo te felicites cada vez mas de haber llegado á Italia".