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LIBRO SEXTO

ra cien bocas, cien lenguas, y una voz de acero, no podria enumerar todas las especies de sus delitos ni contar todos los géneros de suplicios."

Luego que la anciana sacerdotiza de Apolo dijo estas palabras, añadió: “Vamos pronto; siguc adelante, y acaba la ilustre empresa que has principiado. Veo ya los muros forjados en las fraguas de los Ciclopes, y bajo de aquel arco las puertas donde las órdenes divinas mandan que pongas tu ofrenda ". Dijo, y á igual paso marchan por el oscuro camino; pasan con presteza el espacio intermedio, y se acercan á las puertas. Eneas ocupa la entrada; rocła su cuerpo con fresca agua y cuelga en la portada el sagrado ramo.

Concluidos estos ritos y hecho el presente á la Diosa de los Infiernos, llegaron á las mansiones dichosas, á los campos de alegria, á los amenos prados rodeados de deliciosos bosques. Alli ua cielo mas dilatado estiende sobre los campos su purpúrea luz; tienen su propio Sol y estrellas propias. Algunos de sus habitantes se ejercitan en las herbosas palestras; luchan en la rubia arena, ó se entretienen en diversos juegos. Otros bailan en coro, cantando versos.

El Sacerdote de la Tracia, Orfeo, en ropaje talar hace hablar en armoniosos aires los siete tonos de su lira; tal vez la bate con sus dedos; tal vez la pulsa con el Plectro eburneo.

Aqui está la antigua raza de Teucer, hermosa descen-