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LA ENEIDA

precipitó å un varon tan ilustre por su piedad á rodar en tantos peligros y afrontar tan dilatados trabajos! ¡Cabe tanto rencor en los seres celestiales! Hubo una antigua ciudad (Colonos de Tiro la fundaron), Cartago, en frente á Italia, lejos de las bocas del Tiber, poderosa por sus riquezas y fiera en los usos de la guerra, la cuál, se dice, Juno preferia á todas las de la tierra, posponiendo á la misma Samos. Allí estaban sus armas, alli su Carro[1], y ya la Diosa meditaba y alimentaba el designio, si los llados lo permitieran, que este Reino tuviera el imperio del mundo.

Pero habia oido que una raza salida de la sangre Troyana derrocaria un dia los Alcázares de Cartago: que ese pueblo, Rey de mil regiones, soberbio y victorioso, vendria para la ruina total de la Libia: que asi las parcas jiraban su voluble rueda.

Temiendo eso la hija de Saturno, traia á la memoria la pasada guerra[2] que ella la principal habia sostenido contra Troya por sus caros Argivos. Estaban aún grabadas en su corazon las causas de su zaña y de sus acerbos dolores. Fijó en su soberbia mente el juicio de Paris[3], la injuria de su belleza despreciada, esa raza odiosa, el rapto y los horrores de Ganimedes. Inflamada por estos ultrajes repelía lejos del Lacio á los Troyanos, restos de los Griegos y del implacable Aquiles, arrojándolos de unos en otros mares. Ellos perseguidos por los Hados erraban desde muchos años por todo el