Página:La Eneida - Dalmacio Velez Sarsfield y Juan de la Cruz Varela.pdf/269

Esta página no ha sido corregida
268
LA ENEIDA

tonces, fingiendo danzas, conducla á las matronas Troyanas vacantes por las orgias, y en medio de ellas llevaba una grande antorcha con la cual desde lo mas alto de la ciudadela daba la señal á los Griegos. Yo, abrumado de cuidados y vencido por el sueño, me acosté desgraciadamente en mi cama, y un dulce y profundo sueño semejante á la apacible muerte se apoderó de mi. Entonces mi noble esposa retira de mi casa todas las armas, y me habia robado la espada que nunca se apartaba de mi cabecera. Llama á Menelao al palacio y ábrele las puertas, esperando sin duda que este crímen seria de grande precio á su marido y que así podia borrar la memoria de sus pasados delitos. Para qué decirte mas? Acometen á mi cama acompañados del descendiente de Eolo, incitador de todo crimen[1]. ¡Dioses! si con razon imploro vengaza, haced á los Griegos iguales males.

Pero ahora díme tú, qué desgracia te trae en vida à estos lugares? Vienes perseguido por las tempestades del mar, ó por orden de los Dioses, ó qué infortunio te arrastra á estas negras regiones, á estas tristes mansiones privadas de la luz?".

Durante esta conversacion el sol en su dorado carro de cuatro caballos ya habia pasado la mitad de su etérea carrera[2]; y tal vez todo el tiempo que les era preciso le gastara Eneas en este diálogo, si su compañera la Sibila no le advierte y le habla asi con apuro: "Eneas, la noche se avanza, y nosotros pasamos las horas en llorar.