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LIBRO SEXTO

ve á Fedra, á Proeris, á Pacifae, y á la par de ellas á Laudamia, ahora mujer, que en otro tiempo era el joven Cenis, vuelta alespues por el destino á su primer sexo[1].

Entre aquellas sombras, y por entre aquel espeso bosque, la Fenicia Dido, recien llegada con fresca herida, andaba errante. Luego que el héroe Troyano estuvo cerca de ella y la conoció á través de las tinieblas, cual el que ve en medio de nublados y crée ver aparecer la luna en sus primeros dias, deshecho en lágrimas y deno de tierno amor le habla asi: "¿Era, pues, verdad, desgraciada Dido! la noticia que se me dió que habias muerto y que con el fierro acabaste tus dias? ¡Ah! yo fui la causa de tu muerte. Te juro por los astros, por los Dioses, por la fé que puede haber en estos abismos de la tierra, que fué á mi pesar, ¡oh Reina! que dejé tus riberas: que á ello me forzaron las órdenes de los mismos Dioses, quienes me obligan á andar ahora por entre estas sombras, por estas horribles regiones y su profunda noche. Ni jamás pude persuadirme que mi partida te causara un tan acerbo dolor. Suspende tu marcha; no te apartes de mi vista. ¿De quién huyes? Esta es la ultima vez que los destinos me permiten hablarte".

Con estas palabras Eneas, inundado en lágrimas, procuraba aplacar esta alma que torva yairada le miró, y que volviéndole el rostro llevaba los ojos fijos en el suelo: no mas sensible á sus palabras que lo que podria serlo