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LIBRO SEXTO

cancerbero, ladrando eternamente desde su cueva, seguir aterrando á las pálidas almas, y puede la casta Proserpina estar tranquila en el lecho de su tio[1]. Este es el Troyano Eneas, ilustre por su piedad y por sus hazañas, que desciende å las profundas sombras del Erebo buscando á su padre. Si no te ablanda este singular ejemplo de tanta piedad, reconoce este ramo (y muéstrale el ramo que ocultaba en su vestido)". Al punto se aplaca el corazon de Charon hinchado de ira, y no les dijo mas. Admirando el venerable presente del fatidico gajo desde largo tiempo no visto, vuelve la cerúlea barca y la acerca á la ribera. Echa luego de ella muchas almas que ya estaban sentadas á lo largo de los bancos, desocupa los tablados y recibe abordo al grande Eneas. La frajil barca cruje bajo de su peso y abriéndose hace mucha agua. Los pasa al fin salvos á la otra orilla del rio: baja á Eneas y á la Profetiza en el fangoso suelo entre las verdes yerbas. El monstruoso y fiero cancerbero tendido en una cueva que estaba al frente, hace retumbar estas regiones de los muertos con los ladridos de su triple garganta. La profetiza que ve que habia erizado su cuello, enguedejado de culebras, échale un pedazo de comida amasada con soporífica miel y encantadas frutas. El sueño se esparce luego sobre sus moostrvosos miembros, y queda tendido en el suelo llenando toda la caverna con su inmensa masa. Adormecido el guardian de los Infiernos, Eneas, lijero, se