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LIBRO SEXTO

se lanza por la abierta cueva; él, tan lijero como ella, la sigue con osados pasos.

¡Dioses que teneis el imperio de las almas! ¡Sombras mudas! ¡Y tu, cáos, Flegeton, vastas regiones donde reina el silencio de la noche! que me sea dado decir lo que yo he oido; que vuestra divinidad me permita descubrir los secretos sepultados en la eterna oscuridad de las entrañas de la tierra.

Iban los dos por entre las sombras de la solitaria noche, atravesando en tinieblas el reino de la nada y los varios palacios de Pluton, cual el que marcha por entre los bosques á la falaz lumbre de la incierta luna, cuando Júpiter cubre de nubes el cielo y la lóbrega noche quita el color á los objetos.

Delante del vestíbulo y en las primeras gargantas del Orco están tendidos el llanto y los remordimientos vengadores. Alli residen las pålidas enfermedades y la triste vejez, y el miedo y la hambre, funesta consejera, y la vergonzosa indigencia, y el trabajo, y la muerte y su hermano el sueño, y los goces criminales del alma, todos de terribles rostros. En la portada de enfrente están la homicida guerra, las Euménides en sus lechos de hierro, la demente discordia, ceñida su cabellera de serpientes con vendas ensangrentadas. En el centro un espeso é inmenso olmo levanta sus añosos brazos. Se dice vulgarmente que allí los vanos sueños tienen su asiento, pegados en cada una de las hojas. Residen ade-