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LIBRO QUINTO

Ya la húmeda noche casi llegaba en el cielo á la mitad de su carrera, y los marineros tendidos en los duros bancos bajo de los remos habian entregado sus miembros á un dulce reposo, cuando el lijero Dios del sueño baja de los etéreos astros, echa las tinieblas, aparta las sombras de la noche y te busca ¡oh Palinuro! trayéndote å tu pesar un funesto sopor. El Dios, tomando el rostro de Forbas, se sienta en la alta popa y suelta de sus lábios estas suaves palabras: "Palinuro hijo de Yazo! por si mismas las aguas llevan la flota; los vientos soplan apacibles, y te es permitido un rato de reposo. Reclina tu cabeza y dá descanso á tus fatigados ojos. Yo mismo por un momento ocuparé tu puesto". Palinuro levantando apenas los ojos le responde: "¿Crees que yo ignoro lo que oculta el aspecto de un tranquilo mar y sus quietas aguas? Yo me fiaría acaso en semejante monstruo? Engañado tantas veces por la falsa apariencia de un screno cielo, encomendaré á Eneas á los traidores vientos?" decia estas palabras, y fijo y pegado al timon jamás le abandona, clavando siempre su vista en los astros. Entonces el Dios sacude sobre sus dos sienes un ramo empapado en las aguas del Leteo é impregnado de la virtud soporifica de la Estigia, y le cierra los ojos, que á pesar de sus esfuerzos, ya vagaban inciertos. Apenas el repentino sopor habia adormecido sus sentidos, cuando el Dios echándose sobre él, le precipita en las liquidas ondas con el timony parte de la popa que