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LA ENEIDA

entregaba su alma á mil cuidados, y ya la oscura noche llevada en su carro cubria al mundo, cuando le pareció ver la imajen de su padre Anquises, bajada de repente del Cielo, que soltaba estas palabras: “Hijo, en otro tiempo cuando yo vivia, mas querido que mi vida; ¡hijo! victima de los destinos de Troya, yo vengo aqui por orden de Júpiter, que al fin compadecido de ti allá cn el alto Cielo, extinguió el fuego de tus naves. Sigue los sanos consejos que acaba de daros el anciano Nautes. Lleva á Italia solo jóvenes escojidos, corazones animosos, pues tienes que vencer en el Lácio un pueblo inculto y acostumbrado á las fatigas; pero antes llégate á las infernales mansiones de Pluton y pasa ¡oh hijo! por el profundo Averno para encontrarme; pues yo no estoy en el Tártaro entre las tristes sombras, ni entre los impios; sino que habito los prados Eliseos entre la amena reunion de los hombres piadosos. A ese lugar te conducirá la casta Sibila despues que hayas hecho correr la sangre de negras victimas. Entonces conocerás toda tu descendencia y la ciudad que te está prometida.

Por ahora; adios! la húmeda noche pasa la mitad de su carrera, y el impetuoso y naciente Sol me hace ya sentir el hálito de sus caballos". Diciendo esto, cual humo se pierde en los sútiles aires". Eneas esclama: "¿Adónde corres? adónde vas? ¿de quien huyes, ó quién te arranca de mis brazos" Pronunciando estas palabras hace revivir las cenizas[1] y los dormidos fuegos, y esparciendo