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LIBRO QUINTO

cabellos sobre mis dos sienes. Pero si el Troyano Dares no admite estas mis armas; si así le agrada al piadoso Eneas, y lo aprueba Acestes, autor de la lucha, los igualarémos. No temas, Dares, yo te dispenso de combatir contra las armas de Erix; deja tú los Troyanos cestos". Diciendo esto, arroja de sus espaldas el doble manto y descubre los enormes músculos de sus miembros, sus grandes huesos, sus nerviosos brazos, y con su jigantezca talla se para en medio de la arena. Entonces el augusto hijo de Anquises hace traer cestos de un peso, y enlaza las manos de ambos con armas iguales. Al pronto se alzan y se paran sobre las puntas de los pies, é intrépidos levantan sus brazos contra el enemigo por los sublimes aires.

Ambos retiran hacia atrás lejos del golpe las erguidas frentes; traban las manos con las manos, y se provocan al combate. El uno lleva la ventaja de la ajilidad de sus piés y de los frescos años que le dan confianza. El otro sobresale por la mole de su cuerpo; pero que tiembla bajo las tardas rodillas que desfallecen; y un fatigado aliento hace batir sus enormes miembros. Los guerreros en vano se descargan mil golpes; muchos caen sucesivamente sobre sus costados y hacen retumbar sus pechos con prolongado ruido. El ferrado puño anda por las orejas y las sienes, y las quijadas crujen bajo el duro cesto.

Entelo está firme é inmóvil en el mismo lugar, y con sus ojos vijilantes y diestros movimientos de su cuerpo, burla las armas del enemigo. Y Dares, cual sol-