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LIBRO QUINTO

zos de los suyos, ya le alcanza. Entonces redoblan los gritos: los espectadores le estimulan con sus aplausos y el éter retumba con sus aclamaciones. Los unos se indigaan de perder su honra y el honor que han conseguido, y querian aún con la vida comprar la victoria.

A los otros les alienta el suceso; pueden vencer, porque creen poderlo. Y tal vez, pareadas sus proas, ambas hubiesen obtenido el premio, si Cloanto tendiendo hacia la mar sus dos manos, no hubiera lanzado esta súplica é inclinado los Dioses á su favor. "¡Dioses que teneis el imperio del mar sobre cuyas aguas voy corriendo! yo, obligado por el voto que hago, os sacrificare gustoso en esta misma ribera ante vuestros altares un blanco toro; echaré sus entrañas en las saladas ondas y haré libaciones con el vino mas puro.” Dijo, y todo el coro de las Nereidas y de Foros y la virgen Panopea oyéronle desde el seno de las ondas, y el mismo Dios Portuno impelió la nave con su potente brazo. Esta, mas pronta que el viento, que la alada flecha, vuela hácia tierra y pónese en el estremo del puerto.

Luego el hijo de Anquises reune á todos segun costumbre, y por la alta voz de un heraldo declara vencedor á Cloanto y ciñe sus sienes con verde laurel, Manda que se den por recompensas á las naves que han competido. tres novillos, abundante vino y un grande talento de plata. Añade, para los Gefes, presentes mas especiales. Al vencedor, una clamide erftretejida de oro[1] en la