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LIBRO QUINTO

cima del escollo y se sienta en las secas piedras. Los Troyanos rieron cuando fué echado á la mar, reian al verle nadar, y rien cuando arrojaba de su pecho las saladas aguas.

Este suceso incendio en los dos que venian detrás, Sergesto y Muesteo, la lisonjera esperanza de pasar á Gias que habia perdido camino. Sergesto se adelanta y se acerca á la roca; pero no pasa á Muesteo con todo el cuerpo de su nave; una parte de ella está adelante, y la Pristis disputando en lijereza, va tocando su costado con el rostro de la proa. Muesteo marchando á prisa por el medio de su nave y de los marineros, los anima diciéndoles: "¡Compañeros de Héctor! que asocié á mi en la última hora de Troya! ahora, ahora, forzad los remos; mostrad en este dia aquel vigor, mostrad aqui aquel corage que mostrasteis en las Sirtes de Getulia, en el mar Jónico y en las rápidas corrientes del Cabo Malé. Ya Muesteo no pretende el primer premio, ni me empeño por vencer. ¡Ah! ¡ojalá que le obtengan aquellos á quienes tú les diste, oh Neptuno! ¡Compatriotas! es vergonzoso llegar los últimos; evitad esta afrenta, y con esto habreis obtenido un triunfo". Los marineros, á cual con mas ardor, se cargan sobre los remos. La forrada naye retiembla á sus fuertes empujes, y por bajo de ella huye la liquida llanura. Jadeaban sus miembros y secas fauces, y cual un arroyo el sudor corre por todo su cuerpo. El arrebata á la Centauro por un acaso el de-